el pelo y la lengua

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lunes, 28 de marzo de 2011

LA GUERRA JUSTA


Defender a ultranza el pacifismo es una postura muy respetable, y tal vez no le faltase razón al actual presidente uruguayo, José Mujica, al comentar acerca de la participación de las potencias occidentales en el conflicto libio que “eso de salvar vidas a bombazos es un contrasentido inexplicable”.
Para resolver la paradoja se acude al concepto de “guerra justa”, que ya trató en su día Tomás de Aquino, estableciendo tres condiciones necesarias; que la guerra tuviese una causa justa, que fuese iniciada por una autoridad apropiada y que “aspire al fomento del bien, o a la evitación del mal”.
La coalición de países que desde el pasado sábado siembra de bombas las posiciones militares del régimen de Gadafi en el árido territorio libio cumple, a simple vista, los requisitos para estar librando una guerra justa.
Teniendo en cuenta que el sátrapa tenía intención de pasar a cuchillo a los opositores que controlan la ciudad de Bengasi (la segunda del país) y de entrar en ella “como Franco en Madrid”, no cabe duda de que un mal considerable sí que se ha evitado. Sabiendo que el revulsivo definitivo ha sido la resolución 1973 de la ONU, que no sólo permite crear una zona de exclusión aérea, sino también “tomar todas las medidas necesarias para proteger a los civiles”, hay que aceptar que la intervención está avalada por la que es, dentro de lo que cabe, la autoridad internacional más apropiada de la que se dispone. Y si damos por hecho que estos ataques tienen como objetivo proteger a quienes se sublevan contra una dictadura que se aferra al poder desde hace más de cuarenta años, a quienes luchan por la democracia, no podríamos menos que reconocer que la causa es justa.
Basta con escuchar a los dirigentes que defienden este operativo y comprobar el hincapié que hacen en estas justificaciones para constatar que los supuestos de Santo Tomás no han perdido su vigencia. Pero la guerra moderna pone en juego un factor ya de sobra conocido y que pasa a ser determinante: la propaganda.
Muchas de las razones que se dan tienen una tendencia preocupante a la propaganda política, quedando supeditados esos derechos humanos que tanto se enarbolan a los intereses particulares de los países y sus correspondientes líderes. En este caso los intereses de los rebeldes libios han coincidido felizmente con los del presidente francés, Nicolas Sarkozy, que ha visto la forma de satisfacer los suyos en la guerra civil desencadenada en Libia. A él y a la deshonrosa actuación de su gobierno en Túnez y Egipto (unido a los pésimos pronósticos que tiene para las elecciones del año que viene) debemos agradecer en buena parte la puesta en marcha de los resortes que han permitido la actuación de los aliados, en cuyo epicentro se ha sabido situar convenientemente. Mientras tanto Angela Merkel rehusaba la invitación, viendo por las encuestas (el 70% de los alemanes están en contra de tomar partido en la ofensiva) que eso no llevaba a ningún sitio, y Umberto Bossi, perteneciente al partido italiano Liga Norte se lamentaba por la posible perdida del petróleo y el gas, igual que Berlusconi lamentaba la situación de Gadafi (a quien le une una sociedad personal formada por ambos en 2009 a través de la productora luxemburguesa Quinta Communications).
Aunque es difícil precisar cuales son y como funcionan los mecanismos de eso a lo que se llama comunidad internacional, lo que si se puede afirmar es que esta no actúa en búsqueda de justicia. Los Estados, y sobre todo el andamiaje político que los sostiene, se parecen en ese sentido a empresas; son entidades amorales que simple y sencillamente actúan en beneficio propio. Del mismo modo que las empresas pueden elegir ser respetuosas con el medio ambiente y obtener gracias a ello exenciones fiscales o ventajas competitivas, una serie de países ha decidido llevar a cabo un operativo militar en Libia

Guillermo Fernández 2º Bachillerato Colegio Internacional Altair

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